Para algunos los animales son su centro de atención, su mundo emocional, pero ¿qué pasa cuando además significan todo en sus vidas a nivel económico?
Esto es justo lo que pasa ahora en Somalia, con la sequía las personas han perdido a sus compañeros y sustentos de vida.
En la desvencijada ciudad de Dhobley, en el sur de Somalia, la gente ve como la vida se les escapa entre los dedos.
Los campesinos y los pastores han visto como sus cosechas y pastos se han convertido en polvo tras varios años sin lluvia. Casi todo el ganado ha muerto, y los camellos también están empezando a desaparecer.
Perder el ganado significa perder sus ahorros y sus ingresos de golpe. La gente lo ha perdido todo por culpa de la sequía.
Cada día llegan nuevas familias a Dhobley desde las zonas azotadas por la hambruna en el norte. Esta ciudad fronteriza se ha convertido en una especie de sala de espera, en donde la gente espera la llegada de comida; pero no hay suficiente para todos y no llega con demasiada frecuencia.
Las autoridades municipales dicen que la mayoría de ellos se rinden al cabo de unos días y después continúan a pie otros 100 kilómetros hasta Dadaab, en Kenia, en donde más de 400.000 somalíes viven en el campamento de refugiados más grande del planeta.
La milicia más poderosa de la zona, Ras Kamboni, vigila a todo el mundo con recelo. Temen que los extremistas de Al Shabaab, que intentan controlar toda Somalia, logren hacerse de nuevo con el control de la ciudad tras su retirada después de días de combate en abril.
Las tropas de Al Shabaab están a sólo 19 kilómetros de Dholbley, pero un oficial de inteligencia de Ras Kamboni insiste en que su grupo tiene bien amarrado el control de la ciudad. Es difícil rebatir su argumento, ya que hay milicianos en uniformes verdes y con brillantes AK47 en todas las esquinas.
Por las polvorientas calles avanzan veloces todo terrenos convertidos en vehículos de guerra: les han arrancado los techos, han colocado ametralladoras rusas PKM en donde suele estar el espejo del pasajero y amarrados al suelo hay ametralladoras de gran calibre DShK que pueden derribar un avión.
En una habitación con techo de lata, paredes enlucidas sin pintar y ventanas sin cristales se sientan algunas autoridades de la zona: un comandante de la milicia, el jefe del distrito y un representante de una organización civil local.
“Dhobley es el punto de entrada a Kenia para los desplazados internos de toda Somalia”, explica Abdinasir Serar, el representante de la sociedad civil, a quien le preocupa que la creciente población de desplazados acabe llevando los recursos locales hasta el límite.
“Hay sobrepoblación por culpa de los desplazados; casi no quedan tierras de pasto...”
El jefe del distrito, Sheikh Abdirahim, continúa la lista... “no tenemos instalaciones sanitarias; sólo hay dos pozos de agua en la ciudad. Hemos advertido que tenemos problemas, pero no se está haciendo nada”, afirma.
Los pozos están cerca el uno del otro, y son la única fuente de agua para personas y animales. Cientos de camellos aguantan estoicamente mientras caravanas de ganado consumido se dirigen hacia el bebedero de cemento.
Somalia lleva en guerra más de 20 años, y ahora son la sequía y la hambruna las que están causando una crisis de refugiados, con miles de personas abandonando a diario sus casas y aldeas sin gota de agua en busca de ayuda.
La mayor parte cruza la frontera y se dirige hacia los campamentos en Etiopía y, sobre todo, en Kenia, donde las agencias humanitarias están ofreciendo ayuda de emergencia a miles de refugiados. Pero los cooperantes dicen que la mejor solución es evitar en primera instancia que haya refugiados.
“Tenemos que invertir en proteger sus animales y sus modos de vida, porque eso protegerá sus futuros”, aseguraba Luca Alinovi, director para Somalia de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de la ONU (FAO) durante una reciente visita a Dhobley.
El destino entrelazado de las víctimas somalíes de la hambruna y de sus agonizantes reses y camellos es evidente en Dhobley.
La FAO quiere encontrar fórmulas que permitan a la gente quedarse en sus casas y que no se tengan que convertir en refugiados. Lo que demuestra el campamento de Dadaab tras 20 años de existencia, dice Alinovi, es que cuando los somalíes se convierten en refugiados, después no vuelven a sus casas.
“Cada día, cuando los animales vienen a la ciudad a por agua, se quedan cadáveres por el camino”, apunta Serar. A unos dos kilómetros de los pozos hay un trozo de tierra en donde se van acumulando las reses muertas, cubiertas de moscas, con los huesos y los dientes pudriéndose bajo el sol implacable.
No todos los motivos por los que los somalíes se convierten en refugiados se pueden relacionar directamente con la guerra y la hambruna. La economía también tiene su culpa. En el maltrecho mercado de Dhobley, Abdullahi Abdirahman vende alubias, arroz, vegetales y aceite para cocinar, pero hay muy pocas personas que tengan dinero para comprar sus productos.
A unos pocos metros, Mako Mohammed tiene 1.000 fardos de heno para vender. Los ha llevado a Dhobley porque los precios allí casi duplican a lo que puede conseguir en Kismayo, la ciudad portuaria donde vive y que está controlada por Al Shabaab. Pero el negocio va lento.
Los mercados a lo largo del sur de Somalia se han arruinado por la falta de demanda, la falta de suministros, la inflación en los precios de los alimentos y las dificultades para comerciar, como por ejemplo los dos controles de carretera de Shabaab entre Kismayo y Dhobley, en donde se roba y extorsiona a los que transportan mercancías.
Un miembro de la FAO apunta que en Dhobley es más barata la comida que el pienso, lo que demuestra la desesperación que se vive para mantener a los animales, el corazón de la economía, con vida.
Esto nos demuestra una vez más que nos gusten los animales o no, son indispensables para la vida, a veces para sentirnos acompañados y no morir de tristeza y otras, para no morir de hambre. (Información de la información)
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